5 de junio de 2011

Amores Malditos 3

CATALINA Y JUAN PEDRO

Catalina Laza era una de las damas más bellas, inteligentes y cordiales de la alta sociedad habanera de principios del siglo XX. Casada con Luís Estévez Abreu, hijo del Primer Vicepresidente de la República, había ya ganado varios concursos de belleza y era una de las personas más atractivas y preciadas del mundillo social de su época. Muy lejos estaba ella de pensar que aquella tarde, en los salones de una de las más lujosas mansiones de la ciudad, en medio de una fiesta de oropeles, entre los connotados asistentes, la mirada insistente de un hombre le seguía de una manera muy diferente a los demás. Fue inevitable el encuentro. Supo entonces que él se llamaba Juan Pedro Baró, que radicaba en París, Francia y era dueño de un inmenso capital. La conquistó con su sonrisa y sus modales.
Cuentan las malas lenguas que estuvieron viéndose a escondidas. Ella pidió la separación formal a su marido, pero le fue negada. Entonces no estaba aprobada la ley del divorcio en Cuba. Luís Estévez (hijo) formuló proceso legal contra Catalina, entre otras acusaciones, constaba la del delito de bigamia. La misma sociedad de alta alcurnia que antes le adorase, le viró las espaldas a la enamorada Catalina, y repudió con inaudita ferocidad. Aseguran algunos, que cierta vez Juan Pedro y Catalina asistieron a una función de teatro y en cuanto les vieron llegar, los asistentes, todos de la más alta clase social, abandonaron sus asientos y salieron del local. Dicen quienes estaban presentes, que los actores y actrices del elenco, salieron al escenario conociendo el asunto, para representar la obra ante la pareja repudiada, como único público. Al terminar la función, cuentan que Catalina, en medio de sus aplausos, quitaba las valiosas joyas que adornaban su vestimenta y las lanzaba emocionada al escenario, hasta que no dejó una sobre su cuerpo.

Todo le fue tan exasperante y hostil a la pareja en La Habana, que Juan Pedro decidió irse a Francia con su amada. Algunos tienen la certeza que viajaron a Roma, solicitaron al Papa la anulación del matrimonio y esta les fue otorgada. En 1917 el presidente Menocal firmaba la ley del divorcio. Ese mismo año, es registrada la separación legal de Catalina con Luís Estévez. Muchos son de la creencia que fue ella la primera mujer que se divorció en Cuba. En 1922, mientras la clase acomodada iba dejando de rumiar la comidilla de estos maldecidos amores, una elegante mansión se levantaba en la parcela nominada con el 406 de la calle Paseo en la barriada del Vedado, en La Habana.

Durante algo más de tres años, se rumoraba, que ni siquiera sus proyectistas, los famosos arquitectos Govantes y Covarrocas, conocían quienes eran los dueños. Por fin, quince días antes de la inauguración en 1926, se conoció que eran Catalina Laza y Juan Pedro Baró. Todos concuerdan que el costo del palacete fue calculado en un millón de pesos. Dos leones de mármol blanco sosteniendo escudo nobiliario, guardan la escalinata que brinda acceso al portalón de entrada. Hay indicios que la arena utilizada para la mezcla de cemento, con la cual se construyó, era traída del Nilo. Para sus jardines, Juan Pedro encargó una rosa de injerto, con la combinación de colores favoritos de Catalina, el rosado y amarillo, que aun es conocida como Rosa Catalina. Muchas novias de la época hicieron con ella sus ramos de boda y aun se puede ver con profusión en los jardines de no pocas casas de La Habana.

Pero nada diferencia a los amores maldecidos de los amores malditos. Catalina hubo de enfermar de extraño mal que ningún profesional de la medicina podía curar. La belleza se tornó en algo horrendo, a tal punto que ella misma no dejaba que sus propios criados la viesen. Pedro la llevó a Francia, donde a pesar de todos los cuidados, falleció el 3 de diciembre de 1930.

El cuerpo embalsamado de Catalina, reposa aún en la magnífica cripta erigida en la calle principal de la Necrópolis de Colón, cuartel NE 4, zona de monumentos de primera categoría, frente al obelisco a los bomberos. Dos ángeles encontrados de frente custodian la entrada del costoso sepulcro. Sobre esta puerta, la imaginación popular también ha entretejido sus imágenes del inconsciente, al ver en los contornos interiores de las dos figuras celestiales, la clásica e inconfundible silueta fálica. Cuentan que a su interior de mármoles blanquísimos, entraba cada mañana la luz del sol a través de un vitral francés que hacía derramar sobre el último lecho de la amada, un encaje de rosas amarillas y rosadas (actualmente sustituido por otro que no produce este efecto).

Juan Pedro murió diez años después. Fue su deseo que lo enterrasen a los pies del amor de su vida. Hoy todavía se cuenta, que algunas noches sin luna, en el jardín del palacete de la calle Paseo, se ve fugaz una hermosa mujer cuidando amorosa sus rosales y en medio del silencio pueden escucharse ahogados sollozos, mientras ella se inclina de cuando en vez, para regar los capullos con sus lágrimas. Algunos aseguran, que es el alma en pena de Catalina Laza.

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